setiembre 01, 2006

CARTA ABIERTA A LOS DOCENTES ARGENTINOS

Paros docentes

Escribe Juan Barbagelata

Paraná 15.8.2005

"Producí tu propio sueño. Si querés salvar al Perú, andá y salvá al Perú. Es absolutamente posible hacer cualquier cosa, pero no lo esperes de los líderes o de los parquímetros. No esperes que Jimmy Carter o Ronald Reagan o John Lennon o Yoko Ono o Bob Dylan o Jesucristo vengan y lo hagan por vos. Tenés que hacerlo vos mismo. Esto es lo que los grandes maestros y maestras han estado haciendo desde que comenzaron los tiempos. Pueden indicar el rumbo, dejar señales y pequeñas instrucciones en varios libros que ahora se llaman sagrados y se adoran por su portada y no por lo que dicen, pero las instrucciones están allí siempre para que todos las vean, siempre estuvieron y siempre estarán." John Lennon


Primero fue el Big Bang. Luego el agua sobre la tierra, los seres unicelulares, los reptiles y los monos. Salteándonos millones de años de evolución llegamos al momento en que los monos nos erguimos en dos patas y comenzamos a vivir en comunidad.

Desde ese momento comenzaron a existir los maestros, el animal sabio que transmite su experiencia a los más jóvenes.

Según el diccionario Espasa Calpe de la lengua española, maestro es el “que se encarga de la educación, el que enseña y ayuda a desarrollar o perfeccionar las facultades morales e intelectuales del niño o joven”.

El que transmite conocimiento.

Hace 25 siglos, un hindú cabezadura, príncipe muy rico, dejó todas sus posesiones materiales y se sentó debajo de un árbol a pensar sobre la existencia y descubrió, entre otras cosas, que la vida está llena de sufrimientos y que la causa del sufrimiento es nuestra hereditaria atadura a los objetos, personas, acciones e ideas. La lucha por satisfacer nuestros deseos nos encadena a una serie infinita de causas y efectos.

A este cabezadura, gordito y bonachón, lo conocemos popularmente como Buda.

Por supuesto que en nuestra sociedad contemporánea necesitamos de objetos materiales y dinero, más también sabemos, quienes hemos tenido la posibilidad de estudiar y leer un par de libros que la doctrina capitalista que rige a la mayoría de los países de Occidente, nos empuja cotidianamente a consumir miles de “necesidades” inventadas y algunas no tanto.

También sé (sabemos) que todos tenemos derecho a reclamar lo que consideramos justo. Salarios dignos, alimentación, salud, educación.

¿Cuál fue, más allá de las teorizaciones y las palabras, la experiencia que llevó al Buda, a Cristo, a Moisés o a Mahoma y a todos los maestros de todas las épocas a elevarse por encima de la miseria terrenal y transmitir un mensaje?

La oportunidad de ejercer y dejar un conocimiento liberador en sus semejantes y las generaciones que vienen detrás.

Por eso es tan importante el rol de los maestros en todas las comunidades, porque a través de la educación y la formación de los integrantes de una comunidad es que se construye una sociedad libre, que pueda ejercer la libre determinación.

A través de la cultura y el saber es que los pueblos realmente se liberan.
El mejor ejemplo opuesto de lo que afirmo es la sociedad norteamericana, adormecida por los sueños de consumo, la TV y la falta de criterio para analizar la información a su alcance, estado que los ha llevado a ser cómplices del mayor genocidio de los últimos veinte años.

Escribe Miguel Grinberg:
“Vivimos en una sociedad comprimida donde los burócratas se esmeran en esconder la diferencia entre Gobierno y Estado, donde alternadamente distintos grupos se atribuyen el papel de dueños del destino nacional, donde los medios de comunicación “de masas” sólo emiten amenidades sin permitir el debate sobre las Alternativas, donde somos maltratados por funcionarios minúsculos a cada paso que damos, donde los servicios públicos son una calamidad, donde ni los colegios ni las universidades son laboratorios de invención y pesquisa sobre la pregunta crucial de esta época: ¿Qué sociedad queremos? ¿Cómo la realizamos?.
Pagamos rigurosamente impuestos cada vez más sofocantes para mantener encaramados a infinidad de parásitos que odian su trabajo, su vida y a la humanidad. El Municipio nos recuerda “como contribuyente exija”. Pero el problema es que no hay nadie allí para escuchar. Tal la falacia de todo este asunto de la democracia.
No hay democracia allí donde la gente no tiene la posibilidad de determinar cual va a ser su destino. Y una democracia participatoria no se gana en una rifa, sino que se construye paso a paso, día a día, en las bases, sin delegar el poder de decisión a los especialistas y sin perder el tiempo en calumniar a los demás.
Ahora que se avecina el “proceso electoral argentino”, vemos como se reeditan las vergüenzas. Vemos como se agita la lucha por la manija en los partidos y los sindicatos. Cada camarilla no escatima energía y tiempo en socavar a los rivales.
¿Quién tiene méritos genuinos para ostentar en vez de repudiar a los demás por sus lacras?”.

Este texto fue escrito en Diciembre de 1982.

Pasaron 23 años.

23 años de repetir modelos ya necrosados del pensar la política.

Bueno, me digo, los políticos son como los dinosaurios que en algún momento van a desaparecer, el futuro está en los jóvenes...

¿Pero que formación pueden tener estos jóvenes cuando los maestros les niegan el derecho a aprender con constantes paros laborales?

Decía Gregory Bateson: “la respuesta al crudo materialismo no son los milagros, sino la belleza – o, por supuesto- la fealdad”.

Entre acusaciones y amenazas cruzadas de facciones del partido gobernante.

Entre difamaciones y denuncias de la derecha criolla.

Entre divisiones y desorganización de la izquierda, sólo nos queda confiar en la lucidez de los maestros. Para que las nuevas generaciones puedan elegir con criterio y los dinosaurios puedan desaparecer de una vez.

Mientras los educadores se burocraticen y repitan fórmulas perimidas de protesta y defensa de sus salarios, tomando como rehenes a los estudiantes, ese será un futuro lejano.

Se parecerán cada vez más al capitalismo salvaje, que te vende la cuerda con la que será ahorcado.

El dinero ha corrompido totalmente la hermandad que debería unirnos, y nos ha consumido la capacidad de defender los salarios en forma inteligente. Educando.
Cuanto más devaluada esté la educación, obviamente el valor de educar se pagará menos.

W.R. Grimson escribía:
“Comunidad es tiempo para recuperar la memoria y los afectos guardados en una habitación olvidada de la casa.
Comunidad es lugar para la forma y movimiento del cuerpo y su latido.
Comunidad es madeja a desenredar y tal vez puente por sobre las divisiones inútiles de las personas.
Comunidad es donde estuve cuando necesité que los demás estuvieran.
Es puerta abierta para entrar, irse, permanecer.
Es tal vez aprendizaje en la dimensión vital de la palabra.
Y el amor descubierto como necesidad en manos duras, brazos temblorosos, miradas asustadas.
Y en la nostalgia larga y la proximidad de un abrazo posible.
Es la lenta comprensión del dolor y la geografía de la carencia.
Es un mapa que recorre cuerpo y traza nuevas latitudes con las yemas.
Es un grito ahogado recuperado en forma plena y definitiva.
Es el descubrimiento de que entre todos podemos reconocer los vacíos de ayer, las dificultades hoy y posibilidades mañana.
Entre todos”.

Y si no es así, la palabra maestro solo significará su última acepción:

“El que ejerce públicamente un oficio mecánico”.


http://www.cronistadigital.com.ar/
Cronista Digital 15.8.2005 Opinión

DEFINITIVAMENTE


El mundo que conocimos – llamado siglo XX – ya no existe más: sólo tenemos por delante y en derredor su descomposición y sus espectros. Un mundo inédito, con el cumplimiento de los vaticinios de las grandes profecías de recreación y elevación de la experiencia humana en la Tierra, ya circula entre y en algunos de nosotros. Una inmensa cantidad de personas parece empecinada en dejarse arrastrar por los rituales de la agonía. Una menor cantidad de individuos está en condiciones de asumir los desafíos inequívocos de ir creando aquí y ahora las realidades del porvenir. De modo sutil y paciente, así como crece un árbol hasta florecer y dar frutos, así como crece un niño hasta poseer una mente dotada de discernimiento revelador. Nada más. Nosotros, comenzamos a despegarnos definitiva e irreversiblemente de lo que concluye. Como decía Bob Dylan: “Quien no se dedica a nacer, se dedica a morir”.

Miguel Grinberg
Junio 2002

JÓVENES: LO QUE NO NOS CONTARON

Texto de Demián Orosz

El campo magnético de la revolución lo absorbía todo: ideas, libros, canciones, películas y hasta vidas enteras. Eran los años ’60, cuando el mundo parecía moverse hacia una rebeldía incorregible y los dedos en “V” funcionaban como una contraseña entre los iniciados en la insurrección. Como tantos otros, Miguel Grinberg vivió esa década y la que le siguió montado en la utopía de que el arte contribuía a ampliar las conciencias y tendría un rol decisivo en las batallas por un mundo mejor.

Hay dos fotos que lo muestran parado en el corazón de la turbulencia cultural que se estaba gestando. En una de ellas, un Miguel Grinberg jovencísimo aparece junto a Nicanor Parra y Allen Ginsberg, el poeta norteamericano de la generación beat cuya sola mención, en los círculos más politizados de la Argentina, era mala palabra y sinónimo de imperialismo yanqui. En la otra foto, se lo ve junto a Witold Gombrowicz, el novelista polaco que se transformaría en uno de los nombres fundamentales de la literatura nacional.

Grinberg, uno de los pioneros del periodismo alternativo en el país, acaba de publicar dos libros que regresan a aquellos años sin ningún tipo de nostalgia. En La generación “V”. La insurrección contracultural de los años ’60 (editorial Sudamericana), recopila una serie de ensayos y manifiestos, en su mayoría textos de intervención de un tiempo en que revolución rimaba con cine y poesía, y rock con liberación. También incluye una extensa e inédita entrevista a Jorge Romero Brest, el hombre que rigió los destinos del Instituto Di Tella en su época más explosiva.

En Evocando a Gombrowicz (editorial Galerna), Grinberg recorre la amistad que lo unió al autor de Ferdydurke durante los últimos años de su exilio argentino. El libro reúne además textos sobre el escritor polaco de Virgilio Piñera, Jorge Di Paola y Jorge Lavelli, entre otros.



Ampliar la conciencia

–En los ’60 muchos estaban convencidos de que las obras de arte debían contagiar conciencia política. ¿Usted compartía esta postura?
–Si bien había mucha gente que concebía al arte como una herramienta política, yo personalmente sentía que se trataba de una visión parcial. Lo político soslaya el mundo espiritual, que no está sujeto a la ideología, a la configuración de un partido o a un grupo presuntamente iluminado que quiere transformar la sociedad. Yo pertenecía a una corriente que se dio espontáneamente en toda América, y que tomaba herramientas como el cine, la poesía o la música para la expansión de la conciencia.

–¿Cómo fue esa corriente?
–En Estados Unidos tomó una configuración más psicodélica, con los hippies, pero en nuestro caso fue algo netamente experiencial y hasta existencialista, en un sentido profundo.

–¿En qué dirección se movieron las expectativas de un cambio?
–La visión política se exacerbó, en lo que hoy llamamos el setentismo, con la utopía de la violencia, a la cual yo y buena parte de mi generación no adherimos.

–Los sectores volcados a la política, ¿tildaban de ingenuos a los grupos más afines a una línea espiritual?
–Sí. Recuerdo haber tenido experiencias muy decepcionantes con figuras de la época. En algunos casos era peor que tildarnos de ingenuos. Por nuestra simpatía con la generación beat, el movimiento negro norteamericano e incluso con la música estadounidense, se corría la bolilla de que yo era financiado por la CIA para generar confusión en las filas revolucionarias. Eran los años del foquismo, el emblema era la Revolución Cubana y estábamos en los umbrales de la guerra de Vietnam. Lo cierto es que en algunos casos nos tildaban de ingenuos y en otros de cómplices del enemigo.

–¿En este contexto aparece “América”, de Allen Ginsberg, en una traducción suya publicada en “Eco Contemporáneo”?
–Sí, yo terminé sacando con Antonio Dal Masseto la revista Eco Contemporáneo, a finales de 1961, porque me rechazaron todas las revistas literarias de izquierda: fundamentalmente El escarabajo de Oro, de Abelardo Castillo, y La Gaceta Literaria, de la gente más vinculada al Partido Comunista (PC), donde estaba Pedro Orgambide. Todo lo que fuera norteamericano, e incluso todo lo que fuera latinoamericano y no estuviera embanderado con la Revolución Cubana, era considerado reaccionario. Yo tuve que soportar ese tipo de desprecio, que no era sólo una crítica light, sino un profundo desprecio.

–¿A qué se refiere exactamente?
–Puedo dar un ejemplo. A fines del año ‘61, salió al mismo tiempo que Eco Contemporáneo una revista mejicana que se llamaba El corno emplumado, donde publicaba Ernesto Cardenal. Compartíamos el contacto con la generación beat y el incipiente movimiento hippie. ¿Qué ocurrió? La Casa de las Américas de La Habana nos invitó a nosotros a ser jurados del premio literario de 1965. Y la propia directora, Haydée Santamaría, heroína de la Sierra Maestra, un día me muestra una carta y me dice: “¿Éstos son amigos tuyos?”. Era una carta firmada por la flor y nata de los poetas argentinos del PC repudiando mi invitación.

Los puentes del rock

–¿En la Argentina el rock contribuyó a ampliar la mirada?
–Desde luego que sí. El rock, desde sus primeros pasos, en 1965, nunca estuvo embanderado con ningún tipo de actitud violenta. Esto fue muy notorio en 1973 y 1974, cuando la utopía de la violencia tuvo muchos partidarios. Recuerdo bien a mucha gente, que provenía del marxismo o del trotskismo, que gracias al rock nacional comenzó a darse cuenta de que había otra realidad. Sui Generis dio vuelta a mucha gente, por su contenido musical y poético, y porque desde un lugar que no era el de la ideología partidaria cantaba el difícil oficio de ser joven en la Argentina. El rock contribuyó a crear puentes entre la gente que estaba mucho más espiritualizada y los que estaban más ideologizados.

–Las utopías contenidas en canciones, libros y películas, ¿simplemente fracasaron?
–En 1972, en Contrarrevolución y revuelta, un libro profético de Herbert Marcuse que prácticamente no se leyó, se preanunciaba que ante el contenido revolucionario de la insurrección juvenil a nivel global el sistema iniciaba una operación de contrarrevolución. Ahí empezó la represión violenta y la creación de sucedáneos masivos. Para neutralizar el rock, la industria creó decenas de grupos parecidos a los rockeros progresistas. El mercado se saturó con expresiones triviales, con la apariencia de los movimientos originales.

Gombrowicz, el iconoclasta

–¿En qué contexto lo conoció a Gombrowicz?
–Él se fue de la Argentina en abril de 1963, y yo lo conocí los dos últimos años de su permanencia en el país. Lo que me atrajo de Gombrowicz fue su carácter iconoclasta y crítico de la hipocresía social. Su literatura, de primera línea, era prácticamente una denuncia de la hipocresía seudo cultural de cualquier lugar del planeta. Es una figura emblemática que ha tenido que esperar 35 años después de su muerte para que Polonia celebre el centenario de su nacimiento, y para que una editorial española distribuya sus novelas en la Argentina, que eran inencontrables.

–¿Qué le desagrada tanto a Gombrowicz de Borges?
–En una entrevista que le hice en vísperas de su despedida, Gombrowicz cita al escritor francés André Gide (cosa que hace también en sus diarios) cuando se refiere a los sudamericanos y dice, literalmente: qué podemos esperar de una gente cuya mayor expectativa es parecerse a nosotros. Lo que en cierta manera le molestaba a Gombrowicz en relación a Borges y al grupo Sur es que eran afrancesados, tenían maneras europeas pero de segunda mano. No cuestionaba a Borges como escritor, sino su actitud europeísta. Gombrowicz negaba al cenáculo porteño hechizado por París como si fuera un espejismo, cuando toda la generación del ’60 miraba hacia América.

» Perfil

Escritor, poeta e investigador de corrientes alternativas, Miguel Grinberg editó en la década del ’60 la revista Eco Contemporáneo. En los ’70, documentó las raíces del rock progresivo argentino en su libro, ya clásico, Cómo vino la mano. Trabajó en revistas como El expreso imaginario y, en los ’80, editó Mutantia. El año pasado, Editorial Galerna publicó su antología de poetas de la generación beat titulada Beat Days.

» El libro

La generación V. La insurrección cultural de los años ’60. Por Miguel Grinberg. Editorial Emecé. 2004. 294 páginas.

Fuente: LA VOZ DEL INTERIOR
Actualizado: lunes 21 de junio de 2004

LA CONSPIRACIÓN CRONÓPICA


Texto de Miguel Grinberg

Entre 1952 y 1959, en París y en Roma, Julio Cortázar escribió una serie de relatos breves que el mundo conocería como Historias de Cronopios y de Famas. Los “famas”, claro está, o eran autores consagrados o ciudadanos con la vaca atada. Las “esperanzas” eran una multitud de amargados atados a la ilusión de picotear alguna ventaja de los primeros. Y finalmente estaban los “cronopios” (Cortázar era uno de ellos): minoría inclasificable. nacida para cosas inapreciadas, como observar el sobrevuelo de las babas del diablo sobre los autos que corren hacia ninguna parte. Poco tiempo después, algunos jóvenes poetas de Buenos Aires descubrimos nuestra raigambre cronópica. Y claro está, el Julio se sumó a nuestras complicidades proféticas.

Quienes protagonizamos los Años Sesenta –aquí, allá y en todas partes– sabemos que constituyeron una década revolucionaria en el sentido intrínseco del término: “cambio importante en el estado de las cosas”. No apuntábamos al “cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación” (sentido extrínseco tradicional) sino que anhelábamos la transformación profunda del acto de existir en este planeta.

Simultáneamente, cabe consignarlo, hubo quienes apostaron a la utopía de la violencia y al revolucionismo armado tradicional, desde el padre Camilo Torres en Colombia, o los insurgentes de Argelia contra el colonialismo francés, hasta el episodio de Ernesto Che Guevara en Bolivia. Todos ellos con desenlace trágico.

Más allá de tales episodios violentos, e independientemente de los resultados del torbellino (contra)cultural pacífico e innovador que agitó a toda una generación durante aquellos años vertiginosos, lo innegable es que los ’60 se grabaron en la historia como una divisoria de aguas, como uno de esos trazos originales profundos que mucho tiempo después permiten definir un “antes” y un “después”.

Fueron los años de la Beatlemanía, la prensa alternativa, la antipsiquiatría, las comunidades intencionales, el rock progresivo, las (anti) universidades libres, el movimiento pacifista contra el conflicto en Vietnam, el Poder Negro, los hippies, la psicodelia, la migración de gurúes asiáticos hacia Occidente, el festival de Woodstock, la internacional situacionista, el Mayo francés, el feminismo, el teatro del absurdo, la poesía visionaria, el misticismo profético, la Bossa Nova, las nuevas “olas” del cine europeo y de las Américas, Astor Piazzolla, los sacerdotes para el Tercer Mundo, la “nueva izquierda”, y mucho más. Por ejemplo: el Movimiento Nueva Solidaridad de poetas y artistas de las Américas, también denominado Acción Poética Interamericana, que contó con el aval de autores reconocidos como Julio Cortázar, Henry Miller y Thomas Merton.

En vez de aspirar a ocupar el sitial de los poderes corruptos, belicistas y obsoletos (verticalistas) de aquellos tiempos, se trataba de tomar el propio poder (horizontalista) de creación y de experimentar modalidades diferentes de la vida en común. Por primera vez en la historia humana, el vértigo generativo tomaba un cariz planetario. Aunque, cabe reconocerlo, no llevó su energía y su inspiración hasta sus últimas consecuencias.

Por un lado, gran parte de los sesentistas se quedó en el malabarismo con los símbolos y no se entregó plenamente a las ceremonias de mutación personal y colectiva: coqueteó con el ritual pero no se sumergió en las ceremonias básicas de la creación de una “nueva sociedad”. O tal vez, no alcanzó a reunir el quórum necesario para convertir las palabras inspiradas en acciones irresistibles.

Texto tomado de este libro fundamental

Por otra parte, desde los países centrales, el Sistema anti-juvenil reaccionó de inmediato: convirtió en “moda” (artículo de consumo) las facetas menos desestabilizadoras de los contestatarios, trivializó y distorsionó mediante la televisión, el cine comercial, las revistas frívolas y un rock manipulado las instancias más desafiantes y, finalmente, silenció (marginó o reprimió) las argumentaciones generacionales que no se prestaban a hacer concesiones de carácter contemporizador. Y donde “hizo falta”, apretó impunemente el gatillo: el caso más arquetípico fue la llamada Masacre de Tlatelolco (Plaza de las Tres Culturas, México, Octubre 2 de 1968), donde varias centenas de estudiantes rebeldes y desarmados murieron tiroteados por la policía estatal.

En 1962, hace algo más de cuarenta años, soñé una red panamericana de poetas que bauticé como Movimiento Nueva Solidaridad (MNS). Secundado por el cronopio Antonio “Giorgio” Dal Masetto (y una ayudita de Juan Carlos De Brasi), editaba la revista literaria Eco Contemporáneo, y éramos tan desconocidos que hasta nuestros padres solían recibirnos en casa con la pregunta: “¿Qué puedo hacer por usted?”. Mi papá tenía un taller artesanal de artículos de cuero en la Capital Federal. El papá del Tano tenía una carnicería en Salto Argentino. No les daba por la literatura. Poca cosa podían hacer por nosotros, salvo bancar nuestros sueños románticos.

Intercambiábamos los libros de nuestra biblioteca: yo le pasaba a Kerouac, él me pasaba a Pavese. Giorgio no se impresionó con el invento del MNS y esperó pacientemente algo menos abstracto. Por suerte, éramos tiernos, pacíficos e insobornables (como todos los cronopios) y coincidíamos en campañas muy bien armadas para la seducción de señoritas sabrosas, a menudo estudiantes de filosofía y letras, o, en su defecto, jóvenes actrices. Pero para la conspiración poética debí arreglármelas solo.

Siempre creí que el universo es un poema. La Tierra es un poema. La vida es un poema. Cada niño que nace es portador de un poema. Y cada uno de nosotros tiene anidado en su ser un poema único con el cual podría establecer relaciones... si bien eso requiere refinar algunos dones naturales y a la vez desprenderse de algunas nefastas costumbres inoculadas por la cultura materialista que predomina en esta etapa de la historia humana en este planeta.
Casi todo el mundo supone que la poesía es un asunto reservado para “los poetas”, hombres o mujeres que accedieron a cierto don por milagro, por accidente o por masoquismo. Pero no es así. La poesía es un don universal, un sentido sutil que navega a través de nuestros sentidos convencionales, pero que por no depender de lo corporal nos permite transitar lo extraordinario. Titila en una órbita que con otro tipo de energías sutiles también transitan los profetas, los visionarios, los santos, los sabios y los inocentes.

En una de sus composiciones, el poeta estadounidense Allen Ginsberg –con quien yo intercambiaba correspondencia desde 1959– clamó: “Poeta es Sacerdote” (Poet is Priest). No se refería a una iglesia o a una religión. Aludía a la capacidad de CREAR, algo que no es patrimonio exclusivo de los dioses. De ahí que podamos decir: quien se lo proponga, podría existir poéticamente. No por el poder, la gloria o el dinero. Sino por el deleite de nadar sin lastres por el universo.

Mi revista Eco C. coincidió en el tiempo y el espacio con otras revistas y grupos literarios de las Américas: El Corno Emplumado (Margaret Randall y Sergio Mondragón) y Pájaro Cascabel (Thelma Nava) en México, El Pez y la Serpiente (Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal) en Nicaragua, El Techo de la Ballena (Edmundo Aray) en Venezuela, los Tzántzicos (Ulises Estrella) en Ecuador, Los Nadaístas (Gonzalo Arango) en Colombia. El novelista Henry Miller aceptó ser presidente honorario del MNS y del mismo modo, el monje Thomas Merton fue nuestro sacerdote honorario. En febrero de 1964 tuvimos nuestra primera reunión fraternal con muchos otros en la capital de México, y fue para esa ocasión que llegó el mensaje solidario de Cortázar. Su consigna centra expresaba:
"Cronopios de la tierra americana, muestren sin vacilar la hilacha. Abran las puertas como las abren los elefantes distraídos, ahoguen en ríos de carcajadas toda tentativa de discurso académico, de estatuto con artículos de I a XXX, de organización petrificadora. Háganse odiar minuciosamente por los cerrajeros, echen toneladas de azúcar en las salinas del llanto y estropeen todas las azucareras de la complacencia con el puñadito subrepticio de la sal parricida. El mundo será de los cronopios o no será.”

Emitimos un geo-manifiesto que fue rigurosamente ignorado por los suplementos literarios de las Américas: ésa es la gran fuerza cronópica, siempre conquista unanimidades en su contra. Nunca pudimos hacer un segundo encuentro, porque íbamos a concretarlo en Rio de Janeiro y pocas semanas después un golpe militar instauró en Brasil una dictadura que duró casi veinte años. Pero igual, y a lo largo de los años Sesenta, bordamos redes e intercambiamos vaticinios. Luego vinieron otras décadas y otros cronopios. Se sumaron los impulsos del rock progresivo, las batallas del ecologismo y las introspecciones espirituales. Y llegamos al comienzo del siglo XXI con mucho por hacer y rehacer en el mundo.

Revivimos aquel ritual cronópico en 1990, cuando Ginsberg convocó al Instituto Naropa de Colorado (Estados Unidos) a todos los veteranos de las siembras poéticas sesentistas. Allí estuvimos con Mario Trejo, Margaret Randall, Gary Snyder, Claribel Alegría, Jerome Rothenberg, Gioconda Belli, Joseph Richey, Anne Waldman, Lawrence Ferlinghetti, Ed Sanders, y muchos más. Otro auténtico congreso panamericano de poesía, que emitió un eco-manifiesto que tampoco nadie divulgó en parte alguna..

Han pasado los años. Algunos ya no circulan por las calles del tiempo con sus ojos encandilados por el arco iris del milagro. Y el mundo posmoderno retumba en todos los continentes con su eructo ensordecedor y su olor a Apocalipsis.

De modo que, indudablemente, en la primera década de otro siglo ha llegado el momento de salir a proclamar una vez más la balada utopista de la hermandad cronópica. Como decía Ferlinghetti en su Manifiesto Populista:

“Poetas, salid de vuestros armarios,
abrid vuestras ventanas, abrid vuestras puertas,
habéis estado enclaustrados demasiado
en vuestros mundos cerrados.

Poetas, descended
a la calle del mundo una vez más
y abrid vuestras mentes & ojos
con el antiguo deleite visual.

Aclarad vuestras gargantas y decidlo:

La Poesía ha muerto, viva la poesía
con ojos terribles y fortaleza de búfalo.

La poesía cae todavía de los cielos
hacia nuestras calles aún abiertas.”


Quedaría por recordar que en 1962, también 44 años atrás, dos facciones de generales argentinos se tirotearon entre sí pintadas de azul y de colorado, y en el medio murieron algunos soldaditos conscriptos. El Presidente radical intransigente Arturo Frondizi había sido confinado en la isla Martín García y durante veinte meses (José María Guido) hubo un primer mandatario simbólico que completó el período hasta las elecciones de 1963. La clase política tradicional se organizó para que el peronismo no volviese esa vez al poder (aunque igual lo logró en 1974 con un Perón exhausto). El 31 de julio de 1963 el radical del pueblo Arturo Illia fue elegido Presidente por 2.500.000 votos, ante 1.700.000 votos en blanco (peronistas excluidos) y 1.600.000 votos a favor del ex radical Oscar Alende. Todo parecido con eventos de la realidad actual no es mera coincidencia.

En México 1964 también recibimos un mensaje del cronopio Henry Miller, quien resaltaba:
“Los poetas de este mundo están centurias más adelantados que los políticos y los estadistas. No esperen el rápido paso de la tiniebla. Tenemos que atravesar todavía un largo túnel. Pero el final está a la vista. Y este final es: libertad.”

Las décadas se han sumado inflexiblemente en el corredor de las ilusiones. Según se mire, estaríamos en el peor o en el mejor de los mundos. En el peor, si se contabilizaran todas las infamias que ocurren simultáneamente. En el mejor, si asumiéramos que tanta catástrofe imperante nos exime de las ceremonias de destrucción y nos abre el acceso directo a la reinvención del mundo.

Sin concesiones al azar, Cortázar proclamaba que el mundo será de los cronopios, o no será. Oportuna e impecablemente, Albert Camus ya había remarcado: “Tenemos que volver a coser aquello que se ha desgarrado, hacer nuevamente concebible la justicia en un mundo tan evidentemente injusto, hacer que vuelva a adquirir significación la felicidad para los pueblos envenenados por la infelicidad del siglo. Por cierto que se trata de un contenido sobrehumano. Pero el caso es que se llaman sobrehumanas aquellas tareas que los hombres cumplen en muy largo tiempo: he ahí todo.”

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