setiembre 01, 2006

JÓVENES: LO QUE NO NOS CONTARON

Texto de Demián Orosz

El campo magnético de la revolución lo absorbía todo: ideas, libros, canciones, películas y hasta vidas enteras. Eran los años ’60, cuando el mundo parecía moverse hacia una rebeldía incorregible y los dedos en “V” funcionaban como una contraseña entre los iniciados en la insurrección. Como tantos otros, Miguel Grinberg vivió esa década y la que le siguió montado en la utopía de que el arte contribuía a ampliar las conciencias y tendría un rol decisivo en las batallas por un mundo mejor.

Hay dos fotos que lo muestran parado en el corazón de la turbulencia cultural que se estaba gestando. En una de ellas, un Miguel Grinberg jovencísimo aparece junto a Nicanor Parra y Allen Ginsberg, el poeta norteamericano de la generación beat cuya sola mención, en los círculos más politizados de la Argentina, era mala palabra y sinónimo de imperialismo yanqui. En la otra foto, se lo ve junto a Witold Gombrowicz, el novelista polaco que se transformaría en uno de los nombres fundamentales de la literatura nacional.

Grinberg, uno de los pioneros del periodismo alternativo en el país, acaba de publicar dos libros que regresan a aquellos años sin ningún tipo de nostalgia. En La generación “V”. La insurrección contracultural de los años ’60 (editorial Sudamericana), recopila una serie de ensayos y manifiestos, en su mayoría textos de intervención de un tiempo en que revolución rimaba con cine y poesía, y rock con liberación. También incluye una extensa e inédita entrevista a Jorge Romero Brest, el hombre que rigió los destinos del Instituto Di Tella en su época más explosiva.

En Evocando a Gombrowicz (editorial Galerna), Grinberg recorre la amistad que lo unió al autor de Ferdydurke durante los últimos años de su exilio argentino. El libro reúne además textos sobre el escritor polaco de Virgilio Piñera, Jorge Di Paola y Jorge Lavelli, entre otros.



Ampliar la conciencia

–En los ’60 muchos estaban convencidos de que las obras de arte debían contagiar conciencia política. ¿Usted compartía esta postura?
–Si bien había mucha gente que concebía al arte como una herramienta política, yo personalmente sentía que se trataba de una visión parcial. Lo político soslaya el mundo espiritual, que no está sujeto a la ideología, a la configuración de un partido o a un grupo presuntamente iluminado que quiere transformar la sociedad. Yo pertenecía a una corriente que se dio espontáneamente en toda América, y que tomaba herramientas como el cine, la poesía o la música para la expansión de la conciencia.

–¿Cómo fue esa corriente?
–En Estados Unidos tomó una configuración más psicodélica, con los hippies, pero en nuestro caso fue algo netamente experiencial y hasta existencialista, en un sentido profundo.

–¿En qué dirección se movieron las expectativas de un cambio?
–La visión política se exacerbó, en lo que hoy llamamos el setentismo, con la utopía de la violencia, a la cual yo y buena parte de mi generación no adherimos.

–Los sectores volcados a la política, ¿tildaban de ingenuos a los grupos más afines a una línea espiritual?
–Sí. Recuerdo haber tenido experiencias muy decepcionantes con figuras de la época. En algunos casos era peor que tildarnos de ingenuos. Por nuestra simpatía con la generación beat, el movimiento negro norteamericano e incluso con la música estadounidense, se corría la bolilla de que yo era financiado por la CIA para generar confusión en las filas revolucionarias. Eran los años del foquismo, el emblema era la Revolución Cubana y estábamos en los umbrales de la guerra de Vietnam. Lo cierto es que en algunos casos nos tildaban de ingenuos y en otros de cómplices del enemigo.

–¿En este contexto aparece “América”, de Allen Ginsberg, en una traducción suya publicada en “Eco Contemporáneo”?
–Sí, yo terminé sacando con Antonio Dal Masseto la revista Eco Contemporáneo, a finales de 1961, porque me rechazaron todas las revistas literarias de izquierda: fundamentalmente El escarabajo de Oro, de Abelardo Castillo, y La Gaceta Literaria, de la gente más vinculada al Partido Comunista (PC), donde estaba Pedro Orgambide. Todo lo que fuera norteamericano, e incluso todo lo que fuera latinoamericano y no estuviera embanderado con la Revolución Cubana, era considerado reaccionario. Yo tuve que soportar ese tipo de desprecio, que no era sólo una crítica light, sino un profundo desprecio.

–¿A qué se refiere exactamente?
–Puedo dar un ejemplo. A fines del año ‘61, salió al mismo tiempo que Eco Contemporáneo una revista mejicana que se llamaba El corno emplumado, donde publicaba Ernesto Cardenal. Compartíamos el contacto con la generación beat y el incipiente movimiento hippie. ¿Qué ocurrió? La Casa de las Américas de La Habana nos invitó a nosotros a ser jurados del premio literario de 1965. Y la propia directora, Haydée Santamaría, heroína de la Sierra Maestra, un día me muestra una carta y me dice: “¿Éstos son amigos tuyos?”. Era una carta firmada por la flor y nata de los poetas argentinos del PC repudiando mi invitación.

Los puentes del rock

–¿En la Argentina el rock contribuyó a ampliar la mirada?
–Desde luego que sí. El rock, desde sus primeros pasos, en 1965, nunca estuvo embanderado con ningún tipo de actitud violenta. Esto fue muy notorio en 1973 y 1974, cuando la utopía de la violencia tuvo muchos partidarios. Recuerdo bien a mucha gente, que provenía del marxismo o del trotskismo, que gracias al rock nacional comenzó a darse cuenta de que había otra realidad. Sui Generis dio vuelta a mucha gente, por su contenido musical y poético, y porque desde un lugar que no era el de la ideología partidaria cantaba el difícil oficio de ser joven en la Argentina. El rock contribuyó a crear puentes entre la gente que estaba mucho más espiritualizada y los que estaban más ideologizados.

–Las utopías contenidas en canciones, libros y películas, ¿simplemente fracasaron?
–En 1972, en Contrarrevolución y revuelta, un libro profético de Herbert Marcuse que prácticamente no se leyó, se preanunciaba que ante el contenido revolucionario de la insurrección juvenil a nivel global el sistema iniciaba una operación de contrarrevolución. Ahí empezó la represión violenta y la creación de sucedáneos masivos. Para neutralizar el rock, la industria creó decenas de grupos parecidos a los rockeros progresistas. El mercado se saturó con expresiones triviales, con la apariencia de los movimientos originales.

Gombrowicz, el iconoclasta

–¿En qué contexto lo conoció a Gombrowicz?
–Él se fue de la Argentina en abril de 1963, y yo lo conocí los dos últimos años de su permanencia en el país. Lo que me atrajo de Gombrowicz fue su carácter iconoclasta y crítico de la hipocresía social. Su literatura, de primera línea, era prácticamente una denuncia de la hipocresía seudo cultural de cualquier lugar del planeta. Es una figura emblemática que ha tenido que esperar 35 años después de su muerte para que Polonia celebre el centenario de su nacimiento, y para que una editorial española distribuya sus novelas en la Argentina, que eran inencontrables.

–¿Qué le desagrada tanto a Gombrowicz de Borges?
–En una entrevista que le hice en vísperas de su despedida, Gombrowicz cita al escritor francés André Gide (cosa que hace también en sus diarios) cuando se refiere a los sudamericanos y dice, literalmente: qué podemos esperar de una gente cuya mayor expectativa es parecerse a nosotros. Lo que en cierta manera le molestaba a Gombrowicz en relación a Borges y al grupo Sur es que eran afrancesados, tenían maneras europeas pero de segunda mano. No cuestionaba a Borges como escritor, sino su actitud europeísta. Gombrowicz negaba al cenáculo porteño hechizado por París como si fuera un espejismo, cuando toda la generación del ’60 miraba hacia América.

» Perfil

Escritor, poeta e investigador de corrientes alternativas, Miguel Grinberg editó en la década del ’60 la revista Eco Contemporáneo. En los ’70, documentó las raíces del rock progresivo argentino en su libro, ya clásico, Cómo vino la mano. Trabajó en revistas como El expreso imaginario y, en los ’80, editó Mutantia. El año pasado, Editorial Galerna publicó su antología de poetas de la generación beat titulada Beat Days.

» El libro

La generación V. La insurrección cultural de los años ’60. Por Miguel Grinberg. Editorial Emecé. 2004. 294 páginas.

Fuente: LA VOZ DEL INTERIOR
Actualizado: lunes 21 de junio de 2004