febrero 16, 2009

LOS POBRES SE VAN AL CARAJO


Por George Monbiot (desde Gran Bretaña)

Los cristianos robaron el solsticio de invierno a los paganos, y el capitalismo se lo robó a los cristianos. Pero un rasgo característico de las celebraciones ha permanecido inalterado: la consumición de grandes cantidades de carne. La práctica solía tener sentido. El ganado sacrificado en otoño, antes de que se acabara la hierba de los pastos, empezaría a estropearse, y las gentes con pocas reservas de grasas tendrían que sobrevivir a otros tres fríos y hambrientos meses. Actualmente nos enfrentamos al problema opuesto: pasamos los siguientes tres meses intentando quitarnos lo comido.

Nuestros excesos estacionales serían perfectamente sostenibles si no hiciéramos la misma cosa todas las semanas del año. Pero a causa del desproporcionado poder adquisitivo del mundo rico, muchos de nosotros podemos darnos un festín cada día y todavía considerarlo como uno de nuestros gastos menores . Y esto también sería estupendo si no viviéramos en un mundo finito.

Comparados con la mayoría de los animales que comemos, los pavos son convertidores de energía relativamente eficientes: producen aproximadamente el triple de carne por libra de grano que el ávido ganado vacuno. Pero aún hay muchas razones para no sentirse cómodos comiéndolo. La mayoría son criados en la oscuridad, tan estrechamente instalados que apenas se pueden mover. Les cortan el pico con un cuchillo al rojo para impedir que se hagan daño unos a otros. A medida que se aproximan las navidades, engordan tanto que sus caderas se doblan. Si le echas un vistazo a una granja de pavos, empiezas a albergar grandes dudas sobre la civilización europea.

Esta es una de las razones por las que mucha gente ha vuelto a comer carne roja en Navidad. El vacuno parece ser un animal más feliz que el pavo. Pero la mejora en bienestar animal queda anulada por la pérdida de bienestar humano. Actualmente, el mundo produce suficiente alimento para su población y su ganado, si bien (principalmente por ser tan pobres) unos 800 millones de personas se encuentran permanentemente subalimentadas. Pero a medida que aumenta la población, el hambre global estructural sólo se evitará si los ricos empiezan a comer menos carne. El número de animales de granja en el mundo ha aumentado cinco veces desde 1950: actualmente sobrepasa a los humanos en una proporción de tres a uno. El ganado ya consume la mitad del grano mundial, y su número sigue creciendo casi exponencialmente. Es por esto por lo que la biotecnología - cuyos promotores alegan que alimentará al mundo - ha sido empleada principalmente en producir no alimentos, sino en alimentar : permite a los granjeros pasar del grano que mantiene viva a la gente a cosechas más lucrativas para el ganado. En un período tan pequeño como diez años, el mundo se enfrentará a una elección muy simple: la agricultura continuará alimentando los animales del mundo o continuará alimentando a su población. No puede hacer ambas cosas.

La inminente crisis va a verse acelerada por el agotamiento tanto de los fertilizantes fosfatados como del agua usada para hacer crecer las cosechas . Cada kilogramo de vacuno que consumimos, según investigaciones de los ingenieros agrónomos David Pimentel y Robert Goodland, necesita alrededor de 100.000 litros de agua. Los acuíferos están empezando a secarse en todo el mundo, principalmente a causa de la extracción por los granjeros.

Muchos de los que han empezado a entender la finitud de la producción global de grano han respondido volviéndose vegetarianos. Pero los vegetarianos que siguen consumiendo leche y huevos apenas reducen su impacto sobre el ecosistema. La eficiencia de conversión de la producción de lácteos y huevos suele ser mejor que la crianza de ganado, pero incluso aunque todos los que ahora comen ternera comieran queso en su lugar, ello solo aplazaría la hambruna global. Como tanto el ganado dedicado a la producción láctea como el avícola es a menudo alimentado con harina de pescado (lo que significa que nadie puede alegar que come queso y no pescado), podría, en cierto sentido, incluso acelerarla. El cambio vendría acompañado también por un masivo deterioro en el bienestar animal: con la posible excepción de los pollos para asar y los cerdos, criados de forma intensiva, los pollos criados en batería y las vacas lecheras son los animales de granja que parecen sufrir más. Si los lacto-vegetarianos quieren detener el comercio de terneros lechales, deberían beber menos leche.

Podríamos comer faisanes, muchos de los cuales son enterrados tras recibir los disparos, y cuyos precios, debido al exceso de oferta en esta temporada del año, caen hasta 2 libras por ave, sólo que la mayoría de la gente se sentiría incómoda subvencionando a una pandilla de salvajes remojados en brandy. Comer faisán - que también es alimentado con grano - sólo es sostenible en la medida en que la demanda se ajuste a la oferta. Podemos comer pescado, pero sólo si estamos preparados a colaborar al colapso de los ecosistemas marinos y - mientras la flota europea saquea los mares de África Occidental - la muerte por inanición de algunos de los pueblos más hambrientos de la tierra. Es imposible evitar la conclusión de que la única opción sostenible y socialmente justa para los habitantes del mundo rico es convertirse, como la mayoría de los habitantes de la tierra, en básicamente vegetarianos, comiendo carne sólo en ocasiones especiales como Navidades.

Como comedor de carne, durante mucho tiempo consideré conveniente clasificar al vegetarianismo como una respuesta al sufrimiento animal o como una moda en materia de salud. Pero, viendo estas cifras, ahora parece evidente que es la única respuesta ética a lo que claramente es la cuestión de justicia social más urgente del mundo.

Nosotros nos atiborramos y los pobres se van al carajo.